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El estrés de los niños

El estrés de los niños

Introducción:
Muchas veces se escucha el comentario de que los niños no tienen problemas, que viven en un mundo de juego y fantasía, que su vida es alegría y disfrute pleno. Pero lo cierto es que los niños tienen preocupaciones, inquietudes, angustias, temores; situaciones que para la perspectiva de los padres pueden resultar menores y de poca significación, para sus hijos pueden ser temas existenciales. Y producto de su inmadurez e inexperiencia estas circunstancias generan tensión emocional, que será diferente según su personalidad, su capacidad de respuesta y sus recursos para hacerles frente y sobrellevarlas.
Por lo tanto, los niños también se estresan y es nuestro deber adulto poder comprenderlos y ayudarlos. Según algunos reportes, la incidencia del estrés es del 20% en la población infanto-juvenil: es decir que uno de cada 5 niños y adolescentes vivencia síntomas de estrés. El propósito de este documento es contribuir a un mejor conocimiento del tema y a partir de la información tener una mirada distinta que nos permita detectar, interpretar y actuar frente a los mensajes de nuestros hijos que ocultan o disfrazan una realidad más profunda.

Definición:
El estrés infantil se refiere al conjunto de reacciones frente a cambios en las circunstancias o en el entorno del niño, y que producen un impacto en su equilibrio bio-psico-social.  De esta definición pueden derivarse dos conceptos:

1. El estrés como estímulo: se refiere a los acontecimientos ambientales (llamados estresores) que generan los cambios adaptativos. Se trata de eventos que suponen pérdida, amenaza o daño; pueden ser acontecimientos mayores (cambios importantes, peligros reales o potenciales) o menores (contrariedades cotidianas).
2. El estrés como respuesta: señalando las modificaciones físicas o emocionales de adecuación a las nuevas contingencias. A este proceso se lo denomina Síndrome General de Adaptación.

Una pequeña dosis de estrés (llamado también estrés fisiológico) es en cierta medida  necesaria ya que induce a la acción, llevando a un aprendizaje y una experiencia valiosa para enfrentar los cambios futuros y lograr así transiciones exitosas. Pero una carga excesiva de estrés (conocida como estrés patológico) resulta perjudicial ya que lleva a situaciones que afectan la salud y la conducta del niño.
Siendo la infancia un período de cambios continuos, el niño necesita una constante adaptación para así continuar su camino de crecimiento y maduración; asimismo el entorno del niño también precisa adaptarse para así poder acompañar su desarrollo. Muchas veces los estresores resultan evidentes, pero en otras ocasiones no son debidamente apreciados por nuestras “mentes adultas”: lo que puede resultar insignificante a nuestros ojos puede tornarse problemático para el entendimiento del niño.

Características de los estresores
Las situaciones responsables de estrés en el niño pueden ser clasificados en 3 grupos:
1. Estresores agudos: suceden rápidamente y duran poco (ej.: visita al médico o al dentista).
2. Estresores crónicos intermitentes: cuando se repiten con cierta periodicidad (ej.: exámenes escolares). En el caso de que se trate de circunstancias extremas en las que existe un peligro real de la vida o se es testigo de amenazas graves a terceros, estos acontecimientos pueden marcar la historia personal del niño generando un impacto que persiste en el tiempo; el niño revive la situación traumática evocándola en su memoria y con ello renueva y amplifica su estrés inicial: es el llamado estrés post traumático.
3. Estresores crónicos continuos: si persisten en el tiempo (ej.: niño sometidos a abusos y maltratos).

Según su lugar de origen, los estresores más comúnmente pueden provenir:
a) Del ámbito Personal: Enfermedad crónica, defecto físico, discapacidad.
b) Del ámbito Familiar: Divorcio o separación de los padres, mala relación entre ellos, duelo o abandono de uno o ambos padres, maltrato físico o emocional, abusos sexuales en el hogar, el nacimiento de un nuevo integrante en la familia, necesidades básicas insatisfechas, etc.
c) Del ámbito Escolar: Exámenes, hostigamiento por compañeros o niños mayores, ser ridiculizado en clase, cambios de colegio, olvidar una tarea o no cumplir una obligación, etc.
d) Del ambiente Social: Ir al médico o al dentista, romper o perder cosas, ser diferente al resto, ruptura en la relación con amigos, situaciones catastróficas (desastres naturales, accidentes de tránsito, guerras, mordeduras graves de animales).

Modalidades de respuesta
Selye considera que ante una situación generadora de estrés sucede una reacción de 3 fases encadenadas:
1. Fase inicial de alarma: surge una alerta en respuesta a un factor de tensión.
2. Fase de resistencia: ocurre mientras el cuerpo se aclimata y se ajusta al estresor.
3. Fase de acomodamiento / fatiga: cuando se restablece el equilibrio, o si la tensión persiste en el tiempo se supera la capacidad de adecuación originando enfermedad.

La reacción frente a un evento estresante puede ser adecuada (llevando por tanto a una adaptación) o desproporcionada (produciendo a alteraciones físicas o de la conducta del niño).  Ello dependerá de la valoración subjetiva que se hace de la situación, la cual a su vez está condicionada por las características personales del niño y por el apoyo o la falta del mismo que reciba del medio.
Moos y Billings (1982) describieron patrones de respuestas para enfrentar las situaciones estresantes; ellos distinguieron 4 grupos:
• Resignación: aceptar la situación tal como ocurre.
• Reacción: cuando el niño exterioriza lo que siente, sea física o emocionalmente.
• Compensación: ante la frustración o la pérdida experimentada, el niño busca satisfacción en personas o metas alternativas.
• Negación-evitación: no asume el hecho estresante.
El estrés infantil puede expresarse de manera diferentes; en algunas ocasiones aparecen signos físicos no explicables por una patología, pero también por cambios psicológicos o de conducta. Es importante conocer estas manifestaciones ya que son señales de alerta que permiten detectar lo que siente el niño y cómo lo afectan las circunstancias que le toca vivir.
Puede ser capaz de hablar de sus problemas (si su edad o su maduración lo permiten); pero en la mayoría de los casos al no poder verbalizarlos los manifiesta con cambios en su conducta o en el lenguaje de su cuerpo (lo que da lugar a las llamadas somatizaciones). Estas expresiones pueden presentarse de  manera variada, atípica y cambiante; son verdaderos disfraces que enmascaran una vivencia interior. Algunas manifestaciones son las siguientes:

* Síntomas físicos:
Dolor de cabeza, malestar digestivo o dolor abdominal, problemas para dormir, pesadillas, taquicardia, hipotensión arterial, tartamudez, orinarse en la cama, disminución del apetito, cambio en hábitos alimentarios, caída de cabello.

* Síntomas emocionales:
Ansiedad, irritabilidad, conducta agresiva o desafiante, miedos, fobias, temores, regresiones (comportamientos típicos de edades anteriores), preocupaciones, tristeza, indiferencia, bajo rendimiento escolar, desatención.

Ante tales síntomas inespecíficos es preciso pensar que el niño puede estar viviendo un estrés no resuelto; son como pedidos de ayuda a los que debemos acudir para un diagnóstico temprano y oportuno.


Tratamiento
Frente a un niño/niña con síntomas de estrés, los caminos para resolverlo son múltiples y complementarios. Dada la complejidad del problema, las soluciones requieren un enfoque amplio e integrador.
Es importante reducir las exigencias y expectativas (sean del propio niño o de su entorno), ya que su exceso genera angustia y ansiedad;  resulta saludable decir “no” evitando así la saturación y las presiones. El niño debe aprender a tener rutinas de vida que le permitan una mediana organización de sus momentos. Es importante tener horarios regulares para cada actividad, alternando equilibradamente las responsabilidades (tareas escolares) con otras necesidades fisiológicas (alimentación adecuada, sueño reparador) y situaciones placenteras (deportes, reuniones sociales, juegos).
Los ejercicios de relajación son útiles para el tratamiento del estrés; aquí se incluyen técnicas respiratorias, escuchar música, lectura, pintura, otras manifestaciones artísticas.
También resultan de gran valor los ensayos en la solución de problemas. Plantear situaciones hipotéticas y proponer estrategias para enfrentarlas ayuda a un aprendizaje, permitiendo una respuesta efectiva si hechos similares ocurren en la realidad.
El fortalecimiento de la autoestima y de los vínculos es indispensable para contener ansiedades; la seguridad en sí mismo y el acompañamiento cercano son pilares para enfrentar la adversidad y poder sobreponerse positivamente a ella. En este sentido es útil exponer al niño a situaciones que puede resolver adecuadamente, logrando con ello la confianza en sus recursos y capacidades para encontrar una salida ante una dificultad.
En muchos casos una orientación familiar dando consejos prácticos puede ser suficiente para canalizar adecuadamente el estrés infantil; ahora bien cuando la persistencia o la intensidad de los síntomas lo requieran, se consultará a un especialista en salud mental con experiencia pediátrica.

Prevención
Una situación puede generar estrés patológico cuando se produce un desbalance entre dos fuerzas contrapuestas: Factores de riesgo vs. Factores de protección.
Los Factores de Riesgo se refieren a los hechos que aumentan la vulnerabilidad del niño, debilitando sus barreras y haciéndolo más predispuesto a resultar afectado. Son aquellas situaciones que lo empujan al abismo, sean del entorno familiar y social (adicciones, violencia, abandono, analfabetismo, pobreza, carencia afectiva) o del mismo niño (enfermedad crónica, discapacidad, temperamento).
Los Factores de Protección comprenden a las condiciones que bloquean las influencias negativas, sosteniendo al niño ante la adversidad. Se relacionan básicamente con la autoestima y la armonía familiar: el respeto, el diálogo, el acompañamiento, los ejemplos saludables. Estas situaciones son verdaderos nutrientes que van alimentando la personalidad del niño ayudándolo a crecer y fortaleciendo sus valores para hacer frente a los problemas.
Un estresor puede derivar en enfermedad cuando exista una predisposición, una minusvalía en la que los factores de riesgo pesan más que los de protección. Si ocurre lo inverso (cuando la protección supera al riesgo) el niño está apto para enfrentarse al problema y poder resolverlo.
Los padres pueden ayudar a sus hijos a responder ante el estrés de forma saludable. A continuación se enumeran algunas recomendaciones:

* Siendo la familia el espejo en el que el niño se mira, los ejemplos resultan importantes: procurar una buena relación intrafamiliar, demostrar una actitud positiva y esperanzadora ante situaciones difíciles. Es un ejercicio difícil, una meta a la que hay que aspirar para vivir mejor.
* Reducir la exposición a programas de televisión que puedan producir miedos o ansiedad.
* Tener tiempo compartido feliz con el niño: diálogo fluido, juegos, paseos.
* Alentar al niño a hacer preguntas, a expresar sus sentimientos.
* Escuchar al niño sin criticarlo.
* Fortalecer su autoestima, tratar de involucrarlo en situaciones en las que pueda tener éxito. La seguridad en sí mismo es fundamental para enfrentarse a situaciones adversas.
* Recurrir a recompensas y estímulos positivos en lugar de castigos.
* Darle oportunidades de hacer elecciones y de tener algún control sobre su vida. 
* Estimular la actividad física.
* Mantener al niño informado de cambios necesarios y anticipados: mudanzas, viajes, nacimiento de hermanos, etc.
* Reconocer los estresores que pueden afectar al niño (experiencias nuevas, miedo a los resultados impredecibles, sensaciones no placenteras, necesidades o deseos no satisfechos, pérdidas) y ayudarlo para que pueda superarlos.

Comentario Final
El estrés infantil es una situación de presentación frecuente, que es preciso descubrir conociendo las variadas formas en las que se manifiesta. Es importante asesorar en una crianza saludable que favorezca el desarrollo de factores de protección que obran como sostén del niño ante situaciones adversas.
Es preciso entender que el estrés enferma tanto a los adultos como a los niños y que existen estrategias que permiten atenuarlo; educando sobre calidad de vida podremos sembrar en nuestros hijos la semilla de una futuro más feliz.


                                                                       Dr. Mario Polacov
                                                             Comité de Pediatría Ambulatoria
                                                                      S.A.P. Filial Córdoba


Agradecimiento: A la Dra. Irene Kremer por sus aportes en la corrección de este trabajo.

 


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